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Prosa romántica - Larra

(comp.) Justo Fernández López

Historia de la literatura española

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Mariano José de Larra

 

La prosa en la época romántica es el género en el que menos influyen las nuevas orientaciones estéticas. La producción en prosa del Romanticismo español comprende obras costumbristas, novelas históricas y prosa crítico-doctrinal. El costumbrismo y la prosa crítico-doctrinal son los precursores del Realismo y del Naturalismo.

Mariano José de Larra y Sánchez de Castro (1809-1837)

VIDA

Larra nació en Madrid cuando España estaba dominada por el ejército de Napoleón, que había invadido España. Su padre, un médico militar, colaboró con los invasores y fue uno de los llamados "afrancesados".

Con la retirada de los franceses en 1813, la familia Larra tiene que huir a Francia, en donde transcurrieron cinco años de la infancia del futuro escritor. En 1818, a los nueve años de edad, Larra volvió a Madrid y estudió en un colegio de jesuitas y completó su formación en Valencia y Valladolid.

Larga estancia en el extranjero. Unos amores desgraciados amargan su juventud en Madrid. En 1829 se casó con Josefa Wetoret. El matrimonio fue desgraciado y acabaría en separación pocos años después; tuvieron sin embargo tres hijos.

Comenzó una brillante carrera periodística y se convirtió en uno de los periodistas más famosos y mejor pagados del país. Sus críticas, firmadas con el pseudónimo periodístico de Fígaro, le hicieron ser muy temido y respetado por todos en el Madrid de la primera mitad del siglo XIX.

Se enamora de una mujer casada, y no hallando solución a su drama sentimental, se dispara un tiro en la sien a los 27 años de edad. Larra se convierte así en la figura del Werther español. El desengaño de su amor juvenil, el fracaso de su matrimonio y el trágico amor adúltero de los últimos años, agriaron su vida y su carácter. Esto le llevó a la misantropía y la soledad.

Su entierro fue multitudinario. Mientras el cadáver era introducido en un nicho del cementerio madrileño del Norte, el joven poeta vallisoletano José Zorrilla leyó un poema dedicado a Larra que conmocionó a los allí congregados:

Ese vago clamor que rasga el viento

es la voz funeral de una campana;

vano remedo del postrer lamento

de un cadáver sombrío y macilento

que en sucio polvo dormirá mañana.

Acabó su misión sobre la tierra,

y dejó su existencia carcomida,

como una virgen al placer perdida

cuelga el profano velo en el altar.

Miró en el tiempo el porvenir vacío,

vacío ya de ensueños y de gloria,

y se entregó a ese sueño sin memoria,

¡que nos lleva a otro mundo a despertar!

En política, combatió sobre todo las ideas conservadoras, principalmente las de los absolutistas (que defendían el poder absoluto del rey) y los carlistas (o partidarios de la rama más violenta de la monarquía española). Sus firmes convicciones liberales contrastaban con las realidades políticas del momento. Con su extraordinaria lucidez supo ver los obstáculos que se oponían a una auténtica renovación del país.

OBRA

Larra fue periodista, crítico satírico y literario, y escritor costumbrista. Publicó en prensa más de doscientos artículos a lo largo de tan sólo ocho años. Impulsa así el desarrollo del género ensayístico. Larra sitúa el tema de España en el centro de su obra crítica y satírica. El marco político en el que escribe: las nuevas Cortes constituidas tras la llamada década ominosa (1823-1833) y la primera guerra carlista (1833-1840).

La vida de Larra, contrariamente a su obra, en la que abundan elementos neoclásicos, lleva el sello de la época romántica. Larra fue uno de los pioneros del periodismo español, y el primer periodista en pasar a la historia de la literatura por la calidad literaria de sus artículos. Fue, además, uno de los prosistas más interesantes del espíritu romántico liberal. Denunció la frialdad del Neoclasicismo, a pesar de que se burló también de los excesos del Romanticismo.

Fue un extraordinario articulista y crítico. Destacan sus artículos de costumbres en los que comenta aspectos variados del comportamiento social de los españoles. Los artículos de Larra son un análisis pesimista de la sociedad española de su tiempo. Analiza de forma sarcástica la realidad nacional de la decadencia española, siguiendo así la tradición de los ilustrados reformadores del siglo XVIII, como Jovellanos y Feijoo. Proyecta una visión pesimista y amarga de su país. Para Larra, la solución a la decadencia nacional está en una europeización de España. Su crítica de la realidad nacional influyó grandemente en la Generación de 1898, la generación del desastre colonial.

Larra fue el mejor periodista español de su tiempo. Sus descripciones costumbristas están redactadas en un tono doloroso y de implacable crítica. Educado en un refinado ambiente extranjero, la realidad nacional es para él deprimente. Intenta mejorar la situación de su país mirando hacia afuera, hacia Francia como Cadalso y Jovellanos en el siglo XVIII y Ortega y Gasset en el siglo XX. Un patriótico impulso de regeneración impulsa siempre sus artículos. Su ideología es liberal. Su actitud viene a continuar la de los escritores de la Ilustración del siglo XVIII: ataque a la tradición en lo que tiene de caduco, y reforma de la Patria en un sentido europeísta. Su angustiosa obsesión por el porvenir de España (“le dolía España”) y su visión de lo que la Generación del ’98 llamaría más tarde “el problema nacional” o “España como problema”, le sitúa en la línea de los reformadores del siglo XVIII como Feijoo, Cadalso y Jovellanos, y como puente de unión con la Generación del ’98.

«El discurso de Azorín durante la visita a la tumba de Larra organizada por él y por Baroja el 13 de febrero de 1901, reproducido en el capítulo IX de la segunda parte de La voluntad (de Azorín) constituye el locus classicus con respecto a las relaciones entre el romanticismo y 98. Fue Larra quien popularizó el lema de “la regeneración de España”. Pero más importante para el joven Azorín era el desolado pesimismo del escritor romántico a “quien queremos como a un amigo y veneramos como a un maestro”, según las palabras del orador. Larra fue considerado como el precursor de los noventayochistas no tanto por su regeneracionismo cuanto por haber sido la primera víctima española de lo que se iba a llamar “la enfermedad de lo incognoscible”, es decir, nuestra incapacidad de comprender el eterno misterio de las cosas. Nadie más que Azorín, en el discurso citado, ha logrado subrayar la perenne modernidad de Larra.» (Shaw, Donald L.: Historia de la literatura española. El siglo XIX. Barcelona: Ariel, 81983, p. 52-53)

«El valor fundamental de la obra de Larra estriba, más que en la forma, en el contenido, producto en parte de una despierta facultad razonadora. No es un creador de belleza, pero en una época en que la vida se contempla con los ojos de la fantasía, sabe percibir con agudo espíritu crítico los más diversos matices de la realidad nacional del momento. En este sentido podríamos decir que es el menos romántico de su generación; no obstante, su propia vida, agitada por violentas pasiones, la profunda sinceridad de sus acres y desoladas reflexiones y su dramática insatisfacción, permiten considerarlo como el más auténtico representante del Romanticismo en España, a pesar de la factura clásica de su obra.» (José García López)

«Si Larra pudo tener la impresión de fracasar en su tentativa de educación del público, la posteridad, a la inversa, iba a otorgarle una atención nunca desmentida. Convertido primero en mito por su suicidio, en ningún momento dejó larra de ser leído y comentado. Los hombres de la llamada generación del 98 se reconocieron en su persona, lo saludaron como a un precursor. Nuestra época aún se complace en ver en él casi a un contemporáneo: Plume de hier. Espagne d’aujourd’hui titulaba Juan Goytisolo una selección de artículos presentada en 1965 al público francés. De hecho, nada es más impresionante que comprobar cómo esos deliciosos panfletos conservan paradójicamente su frescura, aun leídos fuera de las circunstancias tan particulares que suscitaron su aparición. Un escritor, por otra parte, consustancialmente unido a un mundo que estaba en vías de convertirse en sociedad industrial, pero apasionadamente dedicado, al mismo tiempo, a descifrar su sentido y sus orientaciones.» (Morange, C., en Canavaggio 1995, t. V, p. 51)

Poesías

La importancia de Larra como poeta es muy escasa. Muchas de sus composiciones no pasan de ejercicios literarios: diversas letrillas, anacreónticas y odas a Filis. Lo que más interés ofrece son sus composiciones satíricas, donde está patenta la influencia de Quevedo.

Sus poemas más inspirados son Sátira contra los vicios de la corte y Sátira contra los malos versos de circunstancias, aparecidos en El Pobrecito Hablador en 1832. El primero critica la corrupción general de todas las esferas sociales, y el segundo es un ataque a los tópicos adulatorios expresados con voces altisonantes y comparaciones clásicas.

Algunas poesías son de índole personal y revelan su estado de ánimo en relación con el problema amoroso.

Artículos

Lara fue el mejor periodista español de su tiempo. Publicó bajo varios pseudónimos: Andrés Niporesas, El pobrecito hablador, Fígaro.

Larra fue un eminente articulista, con una gran claridad y vigor en su prosa. En este terreno, sólo tiene como precedentes a Quevedo en el siglo XVII o a Feijoo, José Cadalso y Jovellanos en el XVIII. En sus artículos combate la organización del Estado, ataca al absolutismo y al carlismo, se burla de la sociedad, y rechaza la vida familiar. Representa el romanticismo democrático en acción: los males de España son el tema central de su obra crítica y satírica. Descontento con el país y con sus hombres, escribe artículos críticos (En este país, El castellano viejo, El día de difuntos de 1836, Vuelva usted mañana...), contra la censura (Lo que no se puede decir no se debe decir), la pena capital (Los barateros o El desafío y la pena de muerte), contra el pretendiente carlista (¿Qué hace en Portugal su majestad?) y el carlismo (Nadie pase sin hablar al portero), contra el uso incorrecto del lenguaje (Por ahora, Cuasi, Las palabras), etc. También cultivó la novela histórica (El doncel de don Enrique el Doliente) y la tragedia (Macías).

«Larra es el único escritor romántico de España para quien la palabra costumbre no significa una incitación al tipismo o la comicidad, sino una plataforma desde donde lanzar consideraciones sociales y filosóficas, extraer conclusiones sobre el carácter de un pueblo y meditar sobre la vida en general. Es, por lo tanto, un moralista, a quien se ha enlazado con la tradición clásica francesa; pero que tiene también precedentes muy estimables en pensadores españoles, como Feijoo, Cadalso y Jovellanos. [...] Larra compone cuadros de costumbre con la conciencia clarísima de estar haciendo historia, elevándolos, por lo tanto, a una categoría superior.» (Navas-Ruiz 1973: 198-199)

«El costumbrismo de Larra poco tiene que ver con el de Estébanez y el de Mesonero, pues no busca simplemente lo pintoresco en sus descripciones. Por otra parte, es adverso al purismo, que considera anacrónico en el tratamiento de la realidad del presente. Ni los circunloquios del escritor andaluz, ni el minucioso detallismo del madrileño; su eficacia expresiva proviene de su visión penetrante y de su estilo ceñido, nervioso. Muchas son las páginas que podrían citarse como muestra de su personal estilo.» (Llorens 1979: 352)

Por el tablado de la obra de Larra pasan en fila todos los males sociales: el español ocioso, los entretenimientos adormecedores, las corridas de toros, el mal teatro, la mala literatura, las infames traducciones, los espantosos establecimientos y servicios públicos, la despoblación, la destrucción del patrimonio artístico, en antecedente claro de muchos aspectos de la crítica de la generación del 98.

«Fígaro pudo escribir sus artículos políticos más agresivos en 1833, durante la regencia y la guerra carlista, pasado ya el momento más duro de la censura. El oscurantismo, la cobardía, el ridículo de defender ideas de un fanatismo supersticioso y anacrónico en pleno siglo burgués, democrático y progresista, desataron sus iras. Representativos en este sentido son La planta nueva o el faccioso (1833) y Fin de fiesta (1833), donde con gran dote de fantasía describe las luchas por Bilbao. Es satírico por convicción, según escribe en su importante De la sátira y de los satíricos (1833): “Somos satíricos, porque queremos criticar abusos, porque quisiéramos contribuir con nuestras débiles fuerzas a la perfección posible de la sociedad a que tenemos la honra de pertenecer”.

Aspira a despertar a España al progreso; las ideas habrían de ser proyectiles encaminados a que la sociedad, por sí misma, acabase con las antiguas y arcaicas instituciones. Su revolución es social, harta ya de la politiquería huera y las promesas vanas. Al final de su breve vida de francotirador, la sátira desaparece y la pesadilla se impone. Día de difuntos (1836) es su testamento político y la elegía de un liberal progresista que presencia el entierro de sus propias esperanzas en una larga noche de espectros y fantasmas. Las sombras le ganan la luz al día.» (Blanco Aguinaga et al. 1978, vol. II, p. 96-97)

Sus mejores artículos:

Corrida de toros (1828)

Este artículo sobre la llamada “fiesta nacional” demuestra el entronque de las ideas de “Fígaro” con las de Jovellanos, precedente suyo en el ataque contra la diversión taurina. Larra hace una concisa historia del la historia del toreo y traza luego un vivo cuadro condenatorio por la crueldad y mal gusto en que ha degenerado el espectáculo.

Donde las dan, las toman (1832)

Muestra Larra en este artículo sus conocimientos etimológicos, señalando cómo el español se ha formado a partir del latín con préstamos de otras lenguas e invenciones populares. Postula el uso como único legislador en materia de lengua, pero el uso de los mejores, pues el pueblo estropea las cosas. Defiende el préstamo y el neologismo, porque las palabras se gastan y hay que renovarlas.

Manía de citas y epígrafes (1832)

Contra la manía de insertar citas extranjeras para probar lo que ya está dicho en castellano.

El casarse pronto y mal (1832)

En este artículo opone Larra el sistema educativo tradicional de España y el nuevo de Francia. Condena a aquel, basado en la rutina, y a este por ser extraño a las costumbres del país. ¿Solución? Una educación honesta fundamentada en valores morales serios.

Carta a Andrés Niporesas, escrita desde las Batuecas por el Pobrecito Hablador (1832)

Tras destacar la rusticidad de la nación, Larra intenta resolver el siguiente dilema: «¿No se lee en este país porque no se escribe o no se escribe porque no se lee?» Su conclusión es que ni se escribe ni se lee, los editores pagan mal, el público no compra libros, el escritor no coge la pluma, confirmándose así el desprecio general por las humanidades.

El castellano viejo (1832)

Larra odiaba a la gente inculta y vulgar; pero no a los que tenían la desgracia de no haber recibido una buena educación, sino a los que, pudiendo cultivarse, no lo hacían. Sobre este asunto, su artículo más famoso es el titulado "El castellano viejo", sobre la rudeza de las costumbres españolas tradicionales.

«Tiene como modelo la Sátira III de Boileau, que es a su vez imitación de Horacio. Varios son los detalles de la sátira que perduran en el artículo: el convite a comer y la repugnancia del invitado a aceptar, las personas que iba a amenizar la comida y no acuden, la estrechez de la mesa, la comida engorrosa, la depredación final del invitado al escapar. Pero el lector nota inmediatamente que en el artículo de Larra hay un movimiento y una vida que faltan por completo en la sátira de Boileau. En esta, como en otras composiciones clásicas semejantes, todo parece estático; un conjunto, un cuadro cuyos personajes están quietos como esperando el momento del retrato. A los umo una sonrisa irónica y despectiva por parte del invitado y unos criados que entran a servir con la ceremoniosa lentitud de una procesión. En la comida del castellano viejo, presentada como está con todos sus incidentes cómicos, hay movilidad y gracia ausentes en la otra.» (Llorens 1979: 349)

¿Quién es el público y dónde se encuentra? (1832)

Panorámica del hombre-masa: ese hombre pierde el tiempo en futesas, gusta de comer mal y habla de lo que no entiende.

En este país (1833)

Critica al extranjerizante que por presunción desdeña al propio país.

La fonda nueva (1833)

El artículo trata sobre la monótona existencia de la clase media, cuyas diversiones, fuera de los toros y su poquito de teatro, se reducen a las expansiones del santo, la boda, el nacimiento y el empleo, y a comer de fonda de cuando en cuando. Critica Larra a aquellas personas que les gusta comer en las fondas, cuando el mejor lugar para hacerlo es la casa de uno mismo. El artículo comienza con unas reflexiones de Larra sobre el tema del comer en España. Después, llega un francés a casa de nuestro autor, y quiere divertirse un poco por la ciudad, pero por palabras de Larra, se da cuenta que en nuestro país no se festeja más que los toros. Larra se desvía un poco de la cuestión anterior y cuenta que un amigo suyo lo llamó para ir a comer a la fonda. Aunque no quería asistir a tal despropósito, no pudo negarse. Larra se da cuenta de que todas las fondas son iguales porque ofrecen un pésimo servicio. Sin embargo, llegó a una nueva, la cual aparentaba una mejor calidad que las otras. Pero pronto se percata de que es igual a las demás en todos los aspectos.

El sujeto lírico de este artículo es el propio Larra, que narra los hechos en primera persona, ya que es un narrador interno, que interviene en la misma narración. Recibe el grado de protagonista y omnisciente, pues es capaz de saber todo sobre la historia, desde los aspectos más generales hasta la sicología de los personajes.

Variedades críticas (1833)

Larra critica aspectos de la vida española, pero con afán perfeccionador, para conseguir un país mejor, no por un espíritu derrotista. Se opone a los extranjeros que, tras un viajecito de ocho días por España, regresan contando horrores y falsedades. Critica a los españoles que creen que todo lo malo está aquí y con un «¡cosas de España!» quieren justificarlo todo.

Vuelva usted mañana (1833)

Famoso artículo en el que critica la lentitud y pereza de la administración del Estado. Caricatura literaria de la burocracia. No pocos de los rasgos que pinta Larra siguieron siendo válidos por largo tiempo.

«Pero si a Larra le resulta fácil la burla es porque procede por contraste, contraponiendo al acelerado ritmo de vida que la burguesía había impuesto en los países de la revolución industrial, la pereza, la falta de actividad de una sociedad como la española, muy alejada todavía del afán capitalista. Pues el capitalismo burgués había descubierto que el tiempo era realmente dinero, y que la rapidez en la manufactura y el comercio era esencial para la obtención de mayores beneficios, cuando en vez de los antiguos monopolios del Estado, operaban empresas que competían entre sí. [...]

No falta tampoco, en pasajes que nada tienen de burlescos, la referencia a la suspicacia nacionalista, que solo veía en el extranjero al explotador. Larra hace ver, en cambio, las ventajas que ha producido en otros países. Una vez más la sátira está al servicio de la preocupación patriótica de Larra, favorable siempre al adelantamiento material, no menos que al intelectual de su país.» (Llorens 1979: 350-351)

El mundo todo es máscara (1833)

La sociedad es un engaño absoluto donde todos fingen y mienten.

Los amigos (1833)

Es imposible hacer verdaderos amigos, porque todos buscan su provecho.

Don Cándido Buenafé (1833)

Sátira del joven petulante que dice «yo y Chateaubriand pensamos del mismo modo».

Don Timoteo o el literato (1833)

Ataca al crítico engreído, pedante y hueco. Es el retrato de un santón literario que adquiere renombre sin merecimiento alguno.

Los tres no son más que dos y el que no es nada vale por tres (1834)

Farsa quevedesca en la que Larra critica la existencia de tres partidos: el tradicionalista, al que acusa de retrógrado; el progresista, al que condena por ambición, y el centro, pasivo, al que niega verdadera entidad, pero que resulta el más importante por su número. Este centro o liberalismo moderado (“moderantismo”) estaba representado por Martínez de la Rosa y es el objeto constante de los ataques de Larra. Tales ataques, sin embargo, no comienzan hasta después de septiembre de 1834, a raíz de la crisis, pues en abril reseña La conjuración de Venecia y elogia a su autor y el Estatuto Real.

Dos liberales o lo que es entenderse (1834)

Contiene una violenta crítica del autor del Estatuto Real, quien justificaba su posición pacata y transigente por miedo a la anarquía y a la consiguiente reacción absolutista.

La vida de Madrid (1834)

Trata sobre el vacío de la ociosidad en que vive un señorito madrileño.

Nada vale nada, el hombre está destinado a la muerte sin que sepa lo que le espera después, nadie es ni puede ser feliz. “Esto último bastaría a confundir a un ateo si un ateo al serlo no diera ya claras muestras de no tener su cerebro organizado por el conocimiento; porque solo un Dios y un Dios todopoderoso podía hacer amar una cosa como la vida”.

¿Entre qué gentes estamos? (1834)

Violento ataque al comportamiento grosero de funcionarios públicos y privados.

La calamidad europea (1834)

Todos los males españoles provienen de la intervención extranjera, siempre de signo opuesto a las necesidades del país. El fanatismo religioso y la superstición han terminado con los brotes de inteligencia. Tanto los absolutistas como los liberales son absolutistas. El becerro de oro emponzoña.

El punto esencial de este artículo es que los hombres son mitad víctimas, mitad sacrificadores; la calamidad viene de la preocupación religiosa; de la superstición, del fanatismo: “Sobre la sangre humeante de los autos de fe nace la política, y con ella el soñado equilibrio de los reinos”.

Baile de máscaras (1834)

«Es de esperar que el sentido común venza por fin la resistencia que ideas ridículas de intempestiva aristocracia parecen oponer todavía entre nosotros a la igualdad y publicidad que reina en esta diversión, aun en tiempo en que dicen que la libertad tiende sus alas protectoras sobre todas las clases indistintamente.»

Ventajas de las cosas a medio hacer (1834)

En España nunca se hacen las cosas decisiva, radicalmente, de una vez para siempre. De ahí ese eterno tejer y destejer, ese eterno viaje del liberalismo al absolutismo, del absolutismo al liberalismo, sin que en realidad cambien las estructuras. En España nada pasa de moda, nada se transforma, nada envejece, porque nada vive.

Poesías de Juan Bautista Alonso (1835)

Un pensamiento libre es un derecho político en cuanto baluarte de la libertad civil y un derecho cultural en cuanto avanzada de la ilustración.

El duelo (1835)

Elogia el siglo XIX como el siglo de las luces, que ha suprimido costumbres bárbaras y fijado nociones fundamentales, de donde no se puede retroceder: la idea de gobierno justo, la forma de establecerlo y conservarlo por consulta popular, la condena de la guerra y su transformación en cuestión de principios.

El álbum (1835)

Sobre la romántica moda de coleccionar versos y dedicatorias de escritores.

Los calaveras (1835)

Espléndido análisis del gamberro decimonónico en todas sus formas: calaveras inocentones, curas mujeriegos, chulos y matones, mujeres atrevidas; pormenorizada descripción del lechuguino de nuevo cuño, así como del calavera-cura, que quiere limpiar su fama de carlista y da en el extremo opuesto. Este personaje es “que para exagerar su liberalismo y su ilustración empiezan por llorar su ministerio”. Hipocresía, opinión pública (la honra antigua), todo es máscara, apariencia. No se salvan los amigos, ni la sociedad ni la política.

Modos de vivir que no dan de vivir (1835)

Deliciosa descripción de diversos oficios, como el del trapero y el zapatero.

El hombre-globo (1835)

Una de sus intuiciones más ingeniosas de lo social se encuentra en este artículo. La sociedad se compone de tres clases: el hombre sólido o masa, inerte por definición, pero que, puesto en movimiento, es capaz de arrastrar todo, como ciego alud; el hombre líquido o clase media, sin ideas propias, maleable mediante una propaganda bien dirigida; por fin, el hombre gaseoso, dotada de fuerza expansiva y creadora, que pude elevarse y arrastrar por la admiración a los otros. En España se convierte con frecuencia en hombre-globo, que se desinfla y cae con estrépito al menor accidente.

Por ahora (1835)

Alude a las frases que se dicen para salir del paso y que nunca se cumplen.

Cuasi (1835)

En este agudo artículo, recude Larra el mundo a palabras y divide estas en varias categorías: palabras-calle, palabras-manifiesto, palabras-monstruo. La gran palabra del tiempo es cuasi: todo es cuasi en todas las naciones, pero especialmente en España, donde existe «un odio cuasi general a unos cuasi hombre que cuasi solo existen en España.»

Una primera representación (1935)

Trata del fracaso de un auto novel, que hace recordar La comedia nueva, de Moratín.

Artículo fundamental en muchos aspectos por ser un magnífico panorama de la situación del teatro por dentro y fuera: tipos de comedias, censura, precios, comentarios.

Las antigüedades de Mérida (1835)

El viaje que Larra realizó por Extremadura, de paso para Lisboa, le dio ocasión para descubrir una España diferente, pobre y olvidada, que refleja con una conciencia casi noventayochesca. Se despide primero de un Madrid bullicioso para adentrarse, de repente, en Castilla: «El árido mapa de su desierto arenoso, como una infeliz mendiga, despliega a los ojos del pasajero su falda raída y agujereada en ademán de pedirle con qué cubrir sus macilentas y desnudas carnes.» La falta de poblados y la miseria de los pocos que hay le llaman la atención.

Literatura (1836)

En este artículo se encuentra la mejor y más completa exposición de las ideas literarias de Larra. Fue publicado en El Español. Expone los principios que rigen su crítica y sus ideas generales sobre la literatura española: La literatura tiene que ser manifestación de la verdad en cuanto ha de dar una imagen universal de las pasiones humanas; la literatura debe ser útil, no vana retórica; «la literatura es la expresión, el termómetro verdadero del estado de civilización de un pueblo.» Libertad en literatura, como en la industria, como en el comercio, como en la conciencia. Hay que aplicar el credo liberal a todas las esferas de la actividad humana. Relatividad del gusto: «No conocemos una escuela exclusivamente buena, porque no hay ninguna absolutamente mala». Condena el purismo: «El purismo o estancamiento del idioma es absurdo, porque la lengua ha de reflejar el progreso de la civilización.»

Sobre la literatura española dice: «Impregnada de orientalismo que nos habían comunicado los árabes, influida por la metafísica religiosa, puede asegurarse que había sido más brillante que sólida, más poética que positiva.» La Contrarreforma, según Larra, con el advenimiento de una tiranía político-religiosa, la hirió de muerte, al matar la libertad, haciéndola imaginativa, quitándole todo carácter de utilidad y progreso, si se exceptúa a Cervantes y Quevedo. Los afrancesados del siglo XVIII se limitaron a introducir otra cosa, pero sin españolizarla, sin enlazarla con la tradición, con lo que «nos hallamos al fin de la jornada sin haberla andado.»

De la sátira y los satíricos (1836)

Es el mejor artículo de Larra sobre la sátira, que es su defensa, historia y definición. La sátira no es el producto del mal humor, sino que requiere una gran dosis de perspicacia, fortaleza de carácter, valor, independencia y virtud, para contemplar y manifestar el fondo de las cosas y para probar con el ejemplo la dignidad de lo honesto. El satírico debe conocer el espíritu del siglo y adaptarse a él para ser eficaz.

Los barateros (1836)

Anticipa la sacudida del cuarto estado y confían desprenderle de la engañosa bandera que el progresismo agitaba ante sus ojos. Vislumbra allí una sociedad más justa, y la revolución del futuro, imprecando al pueblo para que reclame sus derechos: “Hombre del pueblo, la igualdad ante la ley existe cuando tú y tus semejantes la conquistéis; cuando yo sea la verdadera sociedad, y entre en composición social el elemento popular...”

El día de difuntos (1836)

Al final, la sátira de Larra se transforma en elegía. En este artículo, el autor entra como personaje desde el principio hasta el final del artículo, igual que en El castellano viejo; pero aquí no hay cuadros burlescos, sino tétricos, por reiterada que sea la nota irónica.

«Abrumado por una melancolía de que “sólo un liberal español puede formarse idea”, revolviéndose en su sillón, “sepulcro de todas mis meditaciones”, el clamor de las campanas, que también “iban a morir a manos de la libertad”, anuncia la llegada del Día de difuntos. Fígaro se lanza a la calle y ve a las gentes dirigirse en larga procesión al cementerio. Pero piensa que el cementerio no está fuera, sino dentro de Madrid. Va recorriendo diversos lugares de la ciudad, y en cada uno de ellos encuentra un sepulcro. En el frontispicio de Palacio estaba escrito: “Aquí yace el trono, nación en el reinado de Isabel la Católica, murió en La Granja de un aire colado”. En la Armería Real yace el valor castellano; en los Ministerios, media España. Más adelante verá en la cárcel, adonde van a parar los que disienten, reposar la libertad de pensamiento; en Correos, la subordinación militar –alusión al levantamiento del capitán Cardero, que quedó impune–; en la Bolsa, el crédito público; la Imprenta Nacional –de donde salían las publicaciones oficiales–, sepulcro de la verdad; los teatros, sepultura de los ingenios españoles, etc.

Obsérvese que en este cementerio no reposan personas, sino conceptos generales o instituciones, pues no eran los hombres lo que importaba señalar como otras veces, sino el sistema establecido ayer por todos los liberales y hoy ya muerto y sepultado. Fígaro quiere salir del cementerio y refugiarse en su propio corazón “lleno no ha mucho de vida, de ilusiones, de deseos”; pero su corazón no era más que otro sepulcro con este espantoso letrero: “Aquí yace la esperanza”.» (Llorens 1979: 367-368)

Horas de invierno (1836)

Larra comenta la postración y decadencia de España, de la que nadie se acuerda sino para mal, y estampa una de sus frases más conocidas: «Escribir en Madrid es llorar.» Porque al escritor español nadie le hace caso ni de fronteras adentro ni de fronteras afuera; es llorar, porque todo lo que ha de esperar en recompensa es ir a la cárcel.

Para los autores de la Constitución de Cádiz (1812), la ley política era el supremo bien; para Larra no bastaban sabias Constituciones. Lo que el liberalismo debía fomentar era el “adelantamiento” del país en todos los órdenes, no sólo en el político. Larra era consciente del bajo nivel cultural de la España de su tiempo. Manifiesto era tanto el atraso científico, como la indigencia de ideas entre la gente de pluma, ya escribieran novelas, dramas o crítica literaria. El liberalismo que Larra propugnaba había de estar dirigido a la inteligencia.

«Mas en “Horas de invierno” ya no hay lugar para el optimismo. “Lloremos, pues, y traduzcamos”. Al final del artículo vuelve Larra a la sátira del mundo cotidiano de Madrid, aquel mundillo tan desmedrado e indiferente con el escritor. “¿Qué haría con crear y con inventar? Dos amigos dirían al verle pasar por el Prado: “¡Tiene chispa! Muchos no lo dirían por no hacer esa triste confesión”.» (Llorens 1979: 370)

Al día siguiente de publicarse “Horas de invierno” aparecía:

La Noche Buena de 1836. Yo y mi criado. Delirio filosófico

Esto artículo, junto con “El día de difuntos”, escritos pocos meses antes de su muerte, representan el grado extremo del progresivo abatimiento y la desilusión progresiva de Mariano José de Larra: «El cementerio está dentro de Madrid, donde cada casa es el nicho de una familia, cada calle el sepulcro de un acontecimiento, cada corazón la urna cineraria de una esperanza o de un deseo. Tendí una última ojeada sobre el vasto cementerio. Olía a muerte próxima. Una noche sombría lo envolvió todo. Era la noche. El frío de la noche helaba mis venas.»

«Un ejemplar más de sátira antigua profundamente transformada por Larra. En Horario es un esclavo el que aprovechándose de las fiestas saturnales usa de la libertad verbal que en aquella ocasión se le concedía para decirle cuatro verdades a su amo. Aquí es el criado del escritor. El criado que con sus palabras va a destruir el subtítulo del artículo “Yo y mi criado”, inversión del orden establecido por la urbanidad, que obliga a colocar el “yo” en segundo término. Larra explica en una nota la razón por la cual se pone él delante de su criado, sin desperdiciar la ocasión de lanzar un alfilerazo a don Agustín Argüelles, que hablando de su viejo amigo y compañero de emigración Gil de la Cuadra decía siempre, como era de rigor, “Cuadra y yo”. Pero las palabras del criado, que en su embriaguez hace ver a su amo cuán equivocado está creyéndose superior a él, no las pronuncia hasta bien avanzado el artículo. [...]

La distancia que separa a Larra de los costumbristas, en pocas partes puede verse mejor que aquí. La descripción de la Nochebuena con su ajetreo callejero, sus comestibles amontonados, la risa y la algazara no es un cuadro pintoresco; es, por el contrario, un cuadro trágico. El de una humanidad que celebra comiendo, bebiendo, divirtiéndose la máxima fiesta de su religión, mientras se proyecta siniestramente sobre toda aquella alegría el fantasma colosal del Norte, no llevando a su boca alimentos, sino cartuchos humeantes.

Es sorprendente que la guerra carlista dejara tan escasa o fugaz huella literaria entre los contemporáneos. Para Larra, la guerra civil se convirtió en una obsesión. Puede decirse que está presente en la mayor parte de sus escritos políticos, primero burlescamente, al final trágicamente. Al principio el carlismo es un fenómeno anacrónico, nada serio, que se presta a la ironía. De ahí, luego, la dolorosa sorpresa al encontrarse con una fuerza considerable que se enfrentaba con el liberalismo español y amenazaba destruirlo. La guerra carlista era el más grave obstáculo para la recuperación de España.

Pero el artículo no acaba con la imagen de Bilbao. Tiene una segunda parte, más extensa, que concierne solo al autor y a su criado. El cual, ya ebrio, dice la verdad y se convierte en la conciencia acusadora del escritor. Y uno a uno va destrozando implacablemente los objetos en que funda este su pretendida superioridad: política, gloria, saber, poder, riqueza, amistad, amor. En el fondo se trata de una confesión. Larra ha visto hundirse sus aspiraciones políticas y deshacerse sus ilusiones amorosas. Sucumbe, como otros románticos, por haber puesto sus deseos más allá de lo realizable. El artículo acaba con “una lágrima preñada de horror y desesperación” que anticipa la “sangrienta lágrima de fuego” de Espronceda.» (Llorens 1979: 371-372)

El 13 de febrero de 1837, fracasado un nuevo intento de reanudar sus relaciones amorosas con Dolores Armijo, casada y con un hijo del conocido abogado Manuel María de Cambronero, Larra se suicidaba.

Novelas

El doncel de Don Enrique el Doliente (1834)

El tema de esta novela histórica es el mismo que el del drama Macías. Ambas obras describen el apasionado amor del trovador medieval por Elvira, dama de la corte de Enrique III, casada con un servidor del marqués de Villena, Fernán Pérez de Vadillo. La novela narra el amor imposible entre Macías el Doncel y Elvira. En la historia del trovador Macías y en sus amores adúlteros, símbolo del amor contrariado por las normas morales, vio Larra reflejada su propia situación: la relación que mantenía con Dolores Armijo.

Argumento: Macías, trovador del siglo XV, está apasionadamente enamorado de Elvira, mujer de Fernán Pérez, criado de otro personaje histórico, don Enrique de Villena, gran señor dado a las letras y con fama de nigromante. Don Enrique ambiciona ser maestra de la Orden de Calatrava, pero no pudiendo ser elegido por estar casado, hace desaparecer misteriosamente a su mujer, doña María Albornoz. Elvira, que era una de sus damas, acaba por acusar públicamente a don Enrique ante toda la Corte. El rey decide que combatan en juicio de Dios el acusado y un caballero que salga en defensa de Elvira. Este no puede ser otro que Macías, a quien don Enrique teme, por lo que dispone que sus esbirros lo sorprendan una noche y lo lleven preso al castillo de Arjonilla. Cuando uno de los criados de Macías penetra en el castillo para libertarle, allí encuentra también encerrada a doña María de Albornoz, que logra escapar. No así Macías, que muere perseguido por Fernán Pérez, el celoso marido de Elvira, que injustamente la cree culpable; pero Elvira, sometida a tantos temores y a tantas luchas consigo misma entre su honor y su amor a Macías, acaba perdiendo el juicio.

Se trata de una novela histórica al estilo de las que por aquella época se escribían a imitación de las Walter Scott. La acción transcurre lentamente, los personajes son borrosos y la visión de la Edad Media es novelesca: presenta la época medieval como un caos confuso.

«La diversidad de episodios e incidentes, las digresiones, no menos que su estilo desigual, perjudican indudablemente a la unidad de la obra. Hay, sin embargo, en El doncel de don Enrique el Doliente cualidades que no son frecuentes en las novelas históricas de la época. En la caracterización de los personajes Larra sabe matizar –no en vano fue lector asiduo del Quijote–, y en vez de tipos de una pieza nos da una imagen más compleja y flexible de la naturaleza humana. Don Enrique de Villena no es un malvado desde el principio hasta el fin; Abenzarsal podrá ser repelente por su codicia y doblez, pero no es un azote, y Larra le hace hablar apropiadamente cuando expone su desolador concepto de los hombres.» (Llorens 1979: 346-347)

«En la novela se reconstruyen las costumbres y el ambiente de época, como es usual en los imitadores de Scott. Debido al predominio de lo descriptivo y al cuidado en el análisis de las pasiones, el ritmo de la acción discurre con lentitud. Particular atención merece al escritor el carácter del marqué de Villena, retratado como un ser de extraordinaria inteligencia y ambición, pero de escasa voluntad. Larra no oculta su simpatía por sus dotes intelectuales, viéndolo desde una perspectiva decimonónica víctima de la ignorancia, que lo acusaba de estrafalario y nigromante.» (Navas-Ruiz 1973: 197)

Obras de teatro

No más mostrador: Comedia original en cinco actos (1831)

Esta obra, estrenada con gran éxito en Madrid y provincias, ridiculiza las necias ambiciones de una burguesa que quiere casar a su hija con un conde. Supone la exaltación de la vida mediocre y tranquila, que el protagonista, Bernardo, se encarga de resaltar con estas palabras: El amor y la virtud en una honrada medianía nos harán felices, y el trabajo y la economía los indemnizará a ustedes.

El Conde Fernán González y la exención de Castilla (1832)

Con anterioridad a Macías Larra escribió este drama histórico que nunca se representó en vida suya. La obra no se publicó hasta muchos años después de la muerte de Larra. La obra se basa en La más hidalga hermosura, de Francisco Rojas, y revive el viejo tema épico de la independencia de Castilla. A todas luces se trata de una obra de principiante de muy escaso mérito, dominada por una figura de mujer implacable en sus odios.

Macías (1834)

Larra nos ha dejado dos versiones de la historia del trovador Macías: una novelesca y otra teatral.

Macías es un drama histórico en verso ambientado en la España medieval. A pesar de que en este drama se respetan las tres unidades, puede considerarse como una avanzada hacia el teatro romántico, por su tono apasionado y vehemente. El drama entero es un grito de rebeldía contra la ley moral.

Argumento: Fernán Pérez de Vadillo, escudero de don Enrique de Villena, apremia a Nuño Hernández, padre de Elvira, para cumplir la promesa de darle a su hija en matrimonio por haber transcurrido el plazo de un año en espera del regreso de Macías, amante de Elvira. Aunque ella se resiste, acaba por ceder, más que nada por creer cierto el falso rumor de haberse casado Macías; al cabo se celebra su unión con Fernán Pérez. Macías, sin embargo, reaparece el día fijado, pero tarde, cuando ha terminado la ceremonia nupcial. Elvira cae desmayada y Macías amenaza de muerte a su rival y enemigo. El mismo día Macías logra introducirse en la habitación de Elvira y le propone en nombre del amor huir con él; no ha de faltarles un albergue en el mundo. Mas ella le rechaza pensando que el deshonor no podrá hacerla nunca dichosa. La resistencia de Elvira exaspera a Macías, y en vez de huir cuando llegan Fernán Pérez, don Enrique y otros caballeros, desafía a Fernán y hasta desacata a Villena, su señor, por lo que este ordena su prisión. Elvira pide a su marido que la deje entrar en un convento, decidida como está a no ser suya. En su desesperación Fernán Pérez proyecta entonces matar en la prisión a Macías. Sabedora de ello, Elvira se despoja de sus joyas para sobornar a los carceleros y salvar a Macías. Consigue entrar en prisión y persuadir a Macías para que se salve huyendo, pero entretanto llegan Fernán Pérez y sus hombres; Macías se precipita para combatir con ellos y es herido de muerte. Fernán, viendo allí también a su esposa, la amenaza; pero Elvira se quita la vida con una daga. Trágico fin de los enamorados previsto en uno de los versos del drama: ¡Ay de quien al mundo para amor nación!

«Larra afirma que sería muy difícil clasificar su composición dramática por no ser comedia antigua española, ni seguir las reglas del género clásico, ni tragedia, ni melodrama. ¿Es un drama romántico? También lo duda. El autor no se propuso

sino pintar a Macías como imaginé que pudo o debió ser, desarrollas los sentimientos que experimentaría en el frenesí de su loca pasión y retratar a un hombre, ese fue el objeto de mi drama. Quien busque en él el sello de una escuela, quien l inventa un nombre para clasificarlo, se equivocará.

Quien se equivocaba era Larra, puesto que cualquier otro autor podía haber dicho lo mismo de cualquier obra suya en cuanto a su motivación con independencia de determinados principios teóricos. Para mostrar luego en su realización no solo su sello personal, sino la afinidad con otros autores de su tiempo. Esta y otras protestas, no infrecuentes en la época romántica, como si los escritores tuvieran vergüenza de pasar por lo que eran, en el fondo no quería decir otra cosa sino que el autor había escrito su obra espontánea e independientemente en vez de seguir la moda dominante.» (Llorens 1979: 348)

«En el drama desaparece lo accesorio y se destaca el mundo sentimental e íntimo de los amantes. No existe, por lo tanto, colorido local, lo que sumado al respeto de las unidades de tiempo y acción y al empleo del verbo noble, obliga a considerar la pieza como un tímido despegue del neoclasicismo hacia el romanticismo, obra típica de transición. Larra se negaba a considerarla romántica o neoclásica. La crítica ha tendido a identificar protagonista y autor, confiriendo a aquel rasgos románticos, principalmente por su encendido apasionamiento, que le impulsa a levantarse contra la tiranía de las leyes morales y a llorar su desgracia de amor. Macías influyó decisivamente en El trovador y Los amantes de Teruel.» (Navas-Ruiz 1973: 197)

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